lunes, 6 de septiembre de 2010

Heraldos de la luz, de Víctor Conde - Fragmento


En el blog de Víctor Conde podéis leer este fragmento del primer tomo de la trilogía Los heraldos de la luz:


Y así es como yo imagino el Infierno:

[...] Erik tragó saliva. Mientras hablaban, cientos, no, miles de cristales ennegrecidos llovían sobre el Abismo y eran empujados por vientos negros… ¿hacia dónde?

Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad (¿o era su alma la que veía mejor?) y distinguió por primera vez una forma oscura flotando en aquella nada; una cosa que era más negra que la negrura absoluta, y cuyo tamaño rivalizaba con el de la Vía Láctea. Esa cosa era la que atraía el torbellino de almas hacia sí.

El cerebro de Erik trató de descifrar lo que estaba viendo, lo que flotaba en la oscuridad. Y cuando lo supo, cuando al fin juntó las piezas del puzzle, sintió un frío glacial que trepaba por su columna congelando todas y cada una de las vértebras, el sistema nervioso espinal, la misma sangre.

Cinco dedos. Una muñeca.

Una mano.

Estaba viendo una mano humana del tamaño de un planeta.

Erik la señaló, incapaz de articular palabra.

Nínive asintió, taciturna.

—Es Él —dijo con reverencia—. El Enemigo.

—¿Q… qu…?

—Cuando Satán cayó al lugar más alejado que existía de la presencia de Dios —explicó Nínive—, cuando vio la oscuridad y el frío que desde ese momento serían su hogar, se volvió loco. No había ningún sitio al que caer, ningún páramo desértico al que llamar hogar, porque la Creación era Dios y no existía nada fuera de Él. Sólo la negación de la existencia. Por eso, el cadáver de Satán quedó flotando para siempre, en esa no-existencia, atrayendo hacia sí toda la maldad, el odio y el rencor del universo. Incluyendo los del mismo Dios.

—¿Su… cadáver?

—Por llamarlo de alguna forma. El Infierno no es un agujero lleno de calderas en llamas, Erik —dijo Nínive, con palabras muy sencillas para que él lo entendiera—. Es el cuerpo del Primer Ángel, Lucifer, que flota allá donde lo abandonó el Señor.

—No puedo creerlo —dijo él, los ojos desorbitados.

—Vosotros, los humanos, con vuestras plegarias, lo habéis antropomorfizado. —Señaló una dirección en el vacío, allá donde, tras años luz de viaje, acabarían encontrando la cabeza de aquel dantesco cuerpo—. Lucifer es tuerto; entregó su ojo derecho en prenda para poder ver una única vez a Dios, contemplarlo en toda Su extensión, y así hacerse una idea de Su poder. En la cuenca vacía de ese ojo se yergue una ciudad, Dis.

—¡Dis!

—Es la ciudad infernal, el lugar donde se levanta el Palacio de la Desdicha. El propio Satán gobierna el Infierno desde allí, con un cuerpo secundario creado a la medida de la urbe.

Dis… ¿Cómo es que ese nombre me suena? ¿Dónde lo he oído?

—Lo oíste en el instante de tu nacimiento. Cuando el poder de los arcángeles te inundó, supiste que todos estos horrores existían, y desde tu más tierna infancia fuiste condicionado para destruirlos.

Erik permaneció en silencio un buen rato. Puede que más de una hora, viendo caer las almas hacia el cuerpo de Satán y tratando de descifrar sus chillidos silenciosos.

Ahí van los mil pecadores de hoy, pensó, angustiado. Al final sí que existía una balanza cósmica para ponderar sus actos.

—¿Por qué me has traído? —se atrevió a preguntar, al fin—. ¿Por qué querías que fuera testigo de esta tragedia? Yo no tengo alma de Fausto, maldita sea.

Nínive le hizo la misma pregunta que a Tanya:

—El legado celestial que llevas dentro está a punto de salir a la luz, Erik. ¿Cómo lo percibes? ¿Qué harías con ese poder si lo tuvieras a tu disposición?

Unas arrugas de tensión se hundieron en la frente del muchacho.

—Siento un odio atroz hacia todo lo que veo. —Los dientes rechinaron en su boca y produjeron chispas—. Unas ganas irrefrenables de destruir, matar, triturar, machacar, pulverizar a ese engendro maléfico y a sus vástagos. —Miró a Nínive fríamente—. Quiero matarlos a todos, no dejar ni un solo demonio con vida en los dominios de la Creación.

Ella asintió.

—Eso es porque tu naturaleza es la de un Ángel Exterminador.

—¿Un qué?

—Un Exterminador, como Miguel o Samael. Ángeles armados con espadas de fuego y corazas de luz, cuya única obsesión es combatir las hordas del Abismo allá donde las encuentren.

Erik se miró las manos. Sí, sentía el poder a un paso de distancia, el filo de justicia que empuñaría con aquellos dedos para exterminar el legado de Satán, no importaba cuánto costase, o si tenía que sacrificarse él mismo en el intento. Lo fundamental era erradicar el Mal, a cualquier precio.

—Un exterminador de masas, un acólito del Ángel Miguel.

Erik cerró el puño, que por un momento se cubrió de flamas.”


Fuente: http://victorconde2000.wordpress.com/2010/07/29/heraldos-de-la-luz-un-breve-atisbo-al-infierno/

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