OSCUROS
Lauren Kate
Montena
Quedan muy pocos días para la puesta a la venta de la tercera entrega de la saga Oscuros.
Para que la espera se haga más corta, tenemos una sorpresa para todos los fans de la saga,
¡tres textos inéditos!
Uno de ellos te lo ofrecemos para que puedas leerlo ya:
Los otros dos textos se encuentran divididos en tres fragmentos cada uno que encontrarás repartidos por la blogosfera a partir del 30 de agosto.
Para poder leer los dos textos íntegros tendrás que buscarlos…
¡descúbrelos y sé el primero en opinar sobre ellos!
Este es el mío, las 6 primeras páginas del capítulo "El diario de Daniel" ¡que lo disfrutéis!:
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EL DIARIO DE DANIEL
Golden, Columbia Británica
21 de marzo de 1992
21 de marzo de 1992
La próxima vez, tendré que dejarla.
En esta vida ya hemos llegado demasiado lejos. Nuestro destino es inevitable.
Nuestra vieja tragedia se aproxima. Mi pluma tiembla al escribir estas líneas:
No puedo salvarla.
Sólo hace un mes que me encontró en la librería. Un mes desde que se presentó
ruborizada mientras se pasaba el pelo por detrás de la oreja antes de estrechar mi mano. Esta
vez se hace llamar Lucy, lo que resulta de una dulzura tan extraña. Un mes uniendo aquella
mano con la mía cada tarde al volver a casa desde la escuela.
He adorado cada centímetro en ella. Me he recreado en cada palmo de su suave piel y
rellenado demasiados cuadernos de dibujo con sus hipnóticos ojos. Nada es más agridulce
que este mes de euforia. Lo mismo que el amor de cada vida.
Soy un estúpido por saborearlo. En especial cuando el fin está tan próximo.
Hace siglos, Gabbe me dijo que no escribiese este libro. Y hay un buen montón de
razones por las que tenía razón. Me han perseguido por las cosas que escribí. He sido
juzgado por herejía y atravesado generaciones de mortales con un precio por mi cabeza. Y
por supuesto, en este preciso momento sólo hay una cosa que me preocupa:
Si jamás hubiese escrito Los Vigilantes: Mito en la Europa Medieval, Lucinda no habría
tropezado conmigo mientras rellenaba los estantes en la biblioteca de la universidad donde
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estudia su hermana. Nunca me habría propuesto cruzar el campus para encontrarse con Vera
después de clase, y jamás habría reunido el coraje en aquellos diez minutos para apuntarme
su número de teléfono detrás del ticket del drugstore. Nunca habríamos terminado en casa de
sus padres aquella noche. No habríamos paseado por el camino hundido en la nieve detrás
de su cabaña, y hablado durante horas, riendo como si nos conociésemos desde hace una
eternidad.
Nunca nos habríamos enamorado.
Y no estaría viviendo sus últimos días.
No. ¿Por qué sigo engañándome incluso aquí, en mis páginas privadas?
¿La verdad?
Aunque no hubiera escrito mi estúpido libro Lucinda me habría encontrado. Como
siempre lo hace. Me habría terminado encontrando, me habría seguido y habría bajado la
guardia con una rapidez que ella nunca ha llegado a entender. Ella se habría vuelto a
enamorar. Como si fuera la primera vez, después de mil anteriores.
¿Y por qué no? Para ella no es una tortura. . . hasta que llega el final.
Eso significa que cambiarlo está sólo en mis manos.
Porque el cielo es testigo de que no puedo seguir así. La agonía de otra pérdida más
me destrozará. Me volverá loco. Tener que contemplarla una vez más sabiendo a lo que se
dirige…
No puedo.
Que estas páginas sean testigo: Si me lleva diecisiete años arrancarla de mi alma, y sé
que así será, lo haré. La adicción terminará por desvanecerse. El dolor de la abstinencia acabará
por aliviarse.
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Pero, ¿acaso es posible? ¿Dejará el amor algún día de asfixiarme hasta convertirla en
un recuerdo y no en la droga sin la que no sé vivir? Es demasiado duro de imaginar, y sin
embargo, la única opción que me queda.
Si puedo hacerlo por ella, Lucinda vivirá una larga y feliz vida. Hará algo que no ha
hecho nunca. Envejecer. Será capaz de amar, prosperar y encontrar la felicidad. Todo lo que
nunca ha conocido. Y todo sin mí.
Ahora ya es muy tarde, pero no siempre lo será. Ya he comenzado la preparación
para nuestro encuentro dentro de diecisiete años.
Para salvarla. Para arrancarla de mí.
Ayer, fui a una reunión.
Vi un folleto en la parada del autobús de la esquina de Grand con Calgary. Doce pasos
para superar tu adicción. Ya temblaba por la abstinencia de no haberla visto en cinco horas.
Cinco horas. Todo lo que podía hacer era esperarla cuando volviera a casa de la escuela para
abrazarla y...
Reprimirme. Porque siempre tengo que reprimirme. Los momentos en los que no lo
he hecho han sido los momentos que la han matado. Tan pronto como la besaba, tan pronto
como hacía lo único para lo que vine a este mundo, me la arrebataban.
El amor. Desvaneciéndose. En el aire.
Conozco todo eso tan bien, y sin embargo jamás he podido controlarlo.
Así que memoricé la dirección del folleto. Subí al autobús, viajé durante un rato y me
bajé. Entré en aquella sala anexa a la iglesia, de techo bajo y mal iluminada. Me senté en una
incómoda silla plegable en círculo frente a un grupo de extraños con aspecto deprimente.
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Cuando fue mi turno, me levanté. Me aclaré la garganta y procuré no prestar atención al
picor que me quemaba las alas cuando dije, Hola, me llamo Daniel y soy un adicto.
Asintieron y me ofrecieron su reconocimiento. Dijeron: Explícanos de las veces que te has
puesto cómo fue tu viaje más fuerte.
El otro día. Por ejemplo. Decidí llegar más lejos de lo habitual con mi dosis. Un
paseo por el bosque, nada más. La nieve, el sol calentando entre los árboles, y ella. Estoy
seguro de que nadie en este mundo se ha sentido más vivo. Y necesitaba más. Sabía que
podía haberse complicado, sabía que estaba jugando con la sobredosis. Pero un tentador
beso era tan maravilloso. Lo cierto es que la sensación es cada vez exactamente igual de
intensa. Cada momento supera lo imaginable.
Dijeron: Ahora describe tu momento más bajo.
Vacío. Me devora salvajemente por dentro. Desde el mismo instante en que escapo
de ello hasta que vuelvo a por más. Un vacío absoluto que me descarna el cuerpo, y me
arranca hasta la última gota de vida. Siento carga cuando debería sentir levedad. Una
separación más cruda que el mismo infierno.
Entonces preguntaron: Así pues, ¿merece la pena?
Y me quedé en silencio porque no puedo llegar a más y no, no merece la pena.
Aquellos bastardos me miraron como si lo hubieran conseguido.
En algunos círculos se me acusa de tener delirios de grandeza, pero aquel no fue el
caso. Me pude ver reflejado en la tristeza de cada una de las almas que me rodeaban en
aquella sala. Mi expresión perdida y desesperada se reflejaba en cada una de sus caras. Tenían
la piel amarilla y desprendían un olor insoportable mientras sus ojos se hundían en una
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especie de frágil abandono. Y cada uno de ellos me aseguraba que siempre terminaba por
mejorar.
Mejorar.
No para mí.
No iba a funcionar. Ellos hablaban del amor con nostalgia, y en cierto modo, los
envidio por ello. Pero la cuestión es que esas reuniones y su mensaje, su forma de superarlo
pensando sólo en el día de hoy, no me servirían.
El día de hoy durante sesenta años más no es más que una gota en el mar comparado
con lo que contemplo ante mí. Una eternidad de días sin la única cosa que me completa. Un
gigantesco vacío que no se puede comparar con nada.
Y también estaba el problema de Dios.
Dijeron: Déjale que te devuelva a la cordura. Ábrete a Él.
Una evidente decepción surgió en sus caras cuando les dije que, francamente, Dios
no me iba a ayudar con esta decisión. Sabía lo que estaban pensando: Con el tiempo, algunas
reuniones más y una perspectiva más clara y sobria, seguro que cambiaría de opinión. Ojalá
pudiera.
Mientras abandonaba la sala hacia la luz, pensé que sí había algo después de la
reunión que veía de forma más clara que nunca:
Mi adicción no me está matando. Soy Yo la droga que la está matando a ella.
Caminé hacia las sombras de detrás de la iglesia, deslicé mis alas hacia delante y las
abrí de par en par.
Jamás me he sentido tan vacío de energía. Incluso cuando alcé el vuelo, cruzando el
cielo blanco de nieve hasta sobrevolar la tormenta que habían previsto desde hace días. Mis
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alas no pueden salvarme. Mi naturaleza tampoco. Es solo mi alma la que tiene una misión.
Tengo que cerrarme la puerta tan pesada que me conduce a ella.
En la próxima vida.
En esta, ya he llegado demasiado lejos. Ya no hay vuelta atrás.
Está empezando a nevar de nuevo y debo terminar de escribir. Hay una fiesta de
patinaje en la casa de Lucy esta noche. Vera ha invitado a todos sus amigos y le prometí que
iría.
Ya está.
Iré. Consciente de lo que se aproxima. Y la querré hasta el último suspiro. Esta será
la última Lucinda que muera en mis brazos.
La próxima vez, tendré que dejarla.
DG
Muchas gracias a Montena por confiar en mi blog y enviarme el texto inédito =)
Ains... Daniel... *.*
ResponderEliminarSí, ha sido muy amable de su parte repartir la generosidad entre varios blogs :o)
ResponderEliminarMe alegra verte por aquí, Mandarina.
Besotes lectores.
tengo unas ganas de que salga a la venta!! me he leido los otros dos y me han encantado, y este promete!
ResponderEliminarcuando quieras pasate por mi blog:
http://adictaloslibros.blogspot.com
Te espero;)
Besitos!!